Documentos 1811-1816

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Caracas, junio 15 de 1812. Mi amado general: Enorabuenas por la acción del 11 en Guayca: á Delpech, que salió para allá esta ma-drugada, encargué diese á Vd. un abrazo en señal de mi contento y de su satisfacción; y más que todo por el influjo que este suceso debe tener en los negocios. Hablé con nuestro amigo León sobre el contenido de mi carta de 5 del corriente y atendiendo á la va-riación de circunstancias, convinimos en suspender to¬da providencia; quedando en todo caso á tomar la que corresponda á la seguridad de estos intereses. Esta Cámara creo que se acabará por consunción: Gual días ha que se despidió y no asiste: yo estoy harto de luchar á cara descubierta con estos hombres sin sa¬car más fruto que su odio: Ustáriz está enfermo: lo mismo Delgado y también Escalona: Montenegro suele asistir; quedan sosteniendo la fiesta, el vizcainillo Grajirena, el discuten Tejera y Escorihuela. Se nece¬sitan de cinco para las sesiones, y nunca se han cele¬brado sin este número. Yo estoy resuelto á asistir, aunque según dijeron a Roscio los del gobierno, se atentaba contra mi vida. ¡Miserables! Creerán que me intimidan. Estoy seguro de que el pueblo me oye y considera con estimación y confianza; sólo me aborre¬cen los tunantes que ellos llaman Pueblo y no pasan de ocho ó diez aduladores bajos y groseros ignorantes. Esto es hablando de los que andan en esta cuadra del gobierno en la tramoya, que en orden a los señores me da menos cuidado: los conozco desde niños, y ellos saben que es difícil ó no dejará de costarle algo presentándose cara á cara. ¿Y qué temor pueden causar unos hombres que andan como negros huyendo escondidos por los campos? Esta es una vergüenza: sólo sirven para en¬redar, chismear, calumniar y agavillarse. Pero si aguardo que estas cosas se ordenen un po¬co, y se sosieguen las etiquetas, para dar un salto á mi hacienda en Capaya á desahogarme un tanto, y en donde no dejaría de ser útil: allí hay buena gente, que me miran con respetuosa consideración y son valien¬tes; pero hay alguna superstición y se riegan errores: allí existen dos cuñados del clérigo refractario Quin¬tana, cuyos bienes y numerosa esclavitud está a la dis¬posición de ellos. Yo ignoro las providencias que haya tomado el gobierno para asegurarlos: son cuantiosos y supongo que habrá habido algún manejo para ocultar¬los, pues nada oigo hablar al paso que me consta que ese clérigo es dueño, cuando no de todo, de la mayor parte de las haciendas y muchos esclavos que posee en Capaya. Los cuñados son Llamozas y Vaamonde. Aquí no hay más novedad que las consabidas y una escasez de víveres que toca ya los extremos de la miseria. Es de Vd. siempre: M. J. Sanz. Por la tarde. Se juntó la Cámara como á las once y duró la se¬sión hasta las tres y media. Rodó sobre lo mismo del sábado: esto es, sobre si Carabaño debía marchar adon¬de se le mandaba. Estaban en la Cámara Grajirena, Sanz, Tejera, Montenegro, Ustáriz, Delgado, Gual y Escorihuela. La cosa fué bien empeñada: Gual habló divinamente y dijo mil verdades: Ustáriz y Tejera mil brutalidades. Entró Carabaño y dijo que era muy ex¬traño que la Cámara se ocupase en su particular, y más que se tratase de lo que él debía hacer; que sólo debía discutirse en general sobre si podían ser emplea¬dos los representantes y se retiró. Yo reproduje mis protestas del sábado: dije que era materia que no de¬bía discutirse: que aun en el caso de que la Cámara pudiese embarazar que un representante fuese emplea¬do, debía escoger en el presente el menor mal: que el generalísimo contando con Carabaño en el destino que le daba, tendría combinada alguna operación militar, cuya ejecución y efecto podría no lograrse por falta de este oficial y este era un mal irreparable: que ade¬más podía dudarse si Carabaño después de admitido el gobierno, era ó no representante, pues era cosa sabi¬da que no podía serlo siendo gobernador. Que supli¬caba que se viese seriamente este asunto para no im¬pedir las operaciones del generalísimo, y que para que no se creyese que era animosidad ó parcialidad, se pres¬cindiese en general el asunto. Supliqué también que no contribuyésemos al desorden, ni se pensase que yo era movido por el empleo que el generalísimo me había señalado: que no le quería, ni pensaba en él: que pro¬testaba no admitir ese, ni otro ninguno, á menos que se me persuadiese que convenía á la salvación de la patria. Sinembargo de la paz, sinceridad y buena fe con que les hablé, nada conseguí y se volvió á enredar el asunto, porque se levantó Tejera y dijo que no se había manifestado á la Cámara la necesidad absoluta de que fuese Carabaño, ni el generalísimo había avi¬sado nada á ella. Le contesté pacíficamente, aunque interiormente ardido, que esa necesidad debía impo¬nerse, que tampoco era del resorte de la Cámara juzgar ahora especialmente de las disposiciones del generalí¬simo que estaba encargado de la guerra y de la segu¬ridad general, y que el aviso, cuando más sería un de¬fecto de formalidad, por el cual no debíamos aventurar las operaciones militares. En fin, procuré de mil modos traerlos y reducirlos á razón, pero fué en vano. Del¬gado, Gual y yo votamos que debía cumplirse la orden del generalísimo: Grajirena y los demás que Carabaño debía permanecer aquí y continuar su representa¬ción. No sé que resultará. En este estado, entró Felipe Paul, diputado del go¬bierno, á manifestar que éste conocía que todos mar-chábamos sobre equivocados conceptos, pues el gene¬ralísimo procedía en el de que la ley marcial estaba publicada y en ejecución, cuando sólo se había pre¬sentado un proyecto de ella por el Poder federal: que creía conveniente una conferencia con aquel, compues¬ta de dos diputados de la Cámara, dos del ejecutivo provincial y dos del federal para tratar y aclarar estas cosas de buena fe. Convinimos todos en la conferencia y desde luego se nombraron por la Cámara á Tejera y Escohihuela. Sé que va el mismo Paul por el ejecuti¬vo, pues nosotros mismos le indicamos: no sé el otro. Lo cierto es que todo anda á la diabla y que aquí hay algún demonio encerrado. Siempre suyo: M. J. Sanz. Yo quise que fuese Gual y voté en él; pero nos huyen. Si se verifica la conferencia sea de modo que no queden pretextos.