Caracas, junio 21 de 1812.
Mi amado general: No es el deber de un hombre civilizado respecto de las damas; no es la obligación que tengo de servir á la que me escribe esa carta; tampoco es la condescendencia urbana con que nos prestamos fácilmente á recomendar á quien solicita favor; es precisamente el conocimiento exacto que tengo de la conducta de Cazado y de su historia después de nuestra revolución lo que me mueve á interesarme, á fin de que Vd. si no tiene por conveniente que vuelva al destino que ocupaba, al menos le permita permanecer aquí, donde pueda ser útil y se libertará de inquietudes.
Estaba yo en Puerto Rico cuando llegó la noticia de la revolución del 19 de abril en esta ciudad y también estaban allí Martinena, Nieto y Cazado con el bergantín Zeloso, que salió despachado por Meléndez á obrar contra esta provincia. Llegué á Curazao en 1° de julio y encontré allí á los mismos que detestando las máximas de Meléndez, se habían refugiado en aquella isla a negociar por medio del gobierno inglés la entrega del buque á éste. Cuanto Martinena hizo en esto se debe á los buenos oficios de Nieto y Cazado que siendo entre sí amigos y estando decididos á correr la suerte de Caracas, hicieron decidir á Martinena, comandante del Zeloso, que efectivamente dudaba, el partido que debía seguir, bien que era conocida su afectuosa disposición a favor de esta provincia.
Estoy tan al cabo de la conducta de Cazado en cuanto á esto, y en orden á seguir nuestra suerte, que puedo asegurar, jurar y sostener que el criollo más patriota no está más sinceramente decidido que Cazado. Esta decisión puede ser que se funde en el convencimiento de nuestra justicia; pero creo más positivamente que proviene de su carácter pacífico y de las afectuosas conexiones contraídas en esta provincia; cede gustosamente á las persuasiones de la amistad y no puede abandonar á sus amigos.
Por otra parte, Cazado tiene un interés el mayor en el buen éxito de nuestra causa, pues él está proscripto y si nuestros enemigos le pillan deben morir precisamente por su defección en el bergantín Zeloso, y la conducta de los hombres y aun sus pensamientos se miden por lo que les interesa. En una palabra, mi general, es Cazado uno de los españoles de quien nada tenemos que temer. Si Vd. Así lo conoce por estas razones y argumentos fundados en la justicia de los antecedentes que son los que deben guiar las consecuencias y operaciones, debo esperar que Vd. Depondrá toda sospecha contra Cazado, y que accederá, no por hacerme favor, sino por un convencimiento de justicia á lo que pretende; en inteligencia de que este pobre hombre deseando satisfacer á Vd. Con más pruebas de su ino¬cencia y aspirando a su sosiego me ha dicho que servirá sin sueldo en esta ciudad atendidas las urgencias del Estado, y considerando que con lo que buenamente le rinda su profesión, pasará su vida como le sea posible.
En consecuencia, y lo más pronto que permitan sus vastas ocupaciones espero que Vd. Acceda á mi suplica, teniendo presente que hasta ahora no ha venido la orden de Vd. Para que Cazado marche á Puerto Cabello y en caso como aguardo que Vd. Acceda á que se quede aquí Cazado, sería muy placentero que Vd. Pasase un recado á Dolores Montilla avisándola que estaba servida.
Es de Vd. Siempre:
M. J. Sanz.