Caracas, mayo 12 de 1812.
Mi amado general: El otro día remití a Vd. algunas copias de la proclama del comandante de los franceses, y antes le escribí por medio de Roscio.
Aquí estamos todos entregados á la confianza fundada en su pericia militar y patriotismo: aunque los que pensamos, no dejamos de temer lo bisoño de nuestras inexpertas tropas, y las intrigas y cabalas de los enemigos del sistema y de la virtud: es la envidia un mal que corrompe los corazones y los precipita á crímenes horrendos. Vd. tiene que luchar con muchos enemigos, y nada puedo decir á Vd. en esta materia que no ofenda sus conocimientos y penetración; sin embargo el ingente deseo de la libertad de mi patria y mi decidido afecto por su persona me hacen indicarle que no se fíe mucho, ni se empeñe hasta no haber formado el espíritu militar, é introducido la confianza en nuestras tropas. Estoy seguro de que luego que logremos algunas ventajas, y se vaya disipando el miedo de los envidiosos, renacerán las calumnias. Valor, constancia y firmeza contra ellas. Vd. Tiene buenos amigos que sostendrán á toda costa su mérito y servicios. Acuérdese Vd. Que es lícito y laudable adquirir autoridad para hacer bien.
Cuando estaba yo en la secretaría de estado y guerra, propuse al Poder ejecutivo mandar á las colonias patentes de corso, porque supe que varios franceses, y aun ingleses las deseaban para salir al mar con nuestra bandera; pero la imbecilidad é ignorancia de los que gobernaban, despreciaron un arbitrio, cuya importancia no conocieron, aun viendo que esto nada nos costaba.
Las consecuencias serían perseguir los buques españoles, limpiar nuestras costas, tener armas que esos corsarios nos introducirían y también soldados aguerridos, además de la protección de nuestro comercio. Si Vd. Cree que puede ser así, hará que ese gobierno federal despache las patentes, haciendo imprimir varias, con el nombre del capitán, buque y demás que sea necesario en blanco, y que las remita, pues tengo conducto para dirigirlas y repartirlas. Digo el gobierno federal, porque aun no hemos pasado aquí la constitución y pudiera hacerlo este gobierno, creo que habiéndonos sometido á aquel en todo lo que es guerra para la seguridad general de los Estados que se dicen confederados (¡bella confederación! ¡excelente compañía!) es á aquel á quien corresponde. En fin Vd. Verá y rumiará esta especie, para verificarla, si parece útil.
También se me ha pasado por la imaginación una expedición marítima á Coro en estas circunstancias. No creo difícil embargar algunos buques, llevar algunas lanchas cañoneras y alguna gente resuelta para un golpe de mano. La mayor dificultad sería hallar hombres para el caso y no dudo los hallaríamos en las colonias, considerando que aun caso que comenzasen á retirarse las tropas enemigas, y pudiesen hacerlo, no llegarían á Coro ni en cuatro meses: tiempo bastante para juntar todo lo necesario. En las colonias hay mucha gente aventurera y miserable que se alistaría secretamente para una expedición que les ofrecería una vista placentera. . . Ya me parece que Vd. Se reirá a carcajadas de mis disparates; pero por ventura, saldría yo callando de la obligación de decir cuánto me ocurre a favor de mi patria?
Es necesario sostener á toda costa aquí á Carabaño: ya sabrá Vd. Cómo pretende incomodarle Ayala. Este es un hombre (digo Carabaño) que lo entiende y hace nuestra confianza. Es resuelto y procede muy activamente.
Adiós, amigo mío, y Dios esté con Vd.
SANZ.