Mi general:
Si es posible aún conservar vuestro cuartel general en Maracay, y aplicar con vuestra presencia remedio á los males que nos amenazan, esto sería sin duda un gran bien; permítame V. E. que le dirija algunas observaciones acerca de esto.
Dejando vuestro cuartel general donde se encuentra, conserva V. E. el puesto importante de la Cabrera; 400 hombres pueden asegurar el de Magdaleno, y 300 poner la Victoria al abrigo de todo insulto; conservando estas posiciones sería muy difícil que el enemigo emprendiese nada, sin exponerse á grandes peligros.
Es importante, sin duda, que vaya V. E. á Caracas, pero es aún mucho más interesante el que no verifique una retirada que puede tener los más funestos resultados; aumentará el desaliento de vuestras tropas, acrecentará la audacia de nuestros enemigos y arrastrará á su partido á los mal intencionados, y de los vacilantes que creerán no deber vacilar en presencia de éxitos tan brillantes á la vista de la multitud.
No podría V. E., pi general, confiar á Du Caylá el mando general durante vuestra corta ausencia? Es buen militar, activo y prudente, y creo que podrá V. E. estar tranquilo y tener completa confianza en él. En todo caso, he aquí la última observación que me sugieren mi franqueza y mi adhesión — Si (lo que no es de temer) Du Caylá sufriese algún descalabro, la opinión pública sólo tendría censuras para él, V. E. habría tenido motivos más que suficientes para ausentarse momentáneamente y darle su confianza; pero si V. E. abandonara la posición interesante en que se encuentra, la opinión pública procuraría condenaros por ello; V. E. sabe que en todos los países es el arma más poderosa; pero aquí es la más pérfida, y vuestros enemigos sabrían aprovecharse de ella, para destruirlo y perderlo todo.
Perdone V. E., mi general, mi franqueza dictada por mi sinceridad y mi respetuosa adhesión.
L. Delpech.
Victoria, martes por la noche.