Mi general:
Todo está convenido; las órdenes de V. E. serán ejecutadas. Mi diligencia y mi deseo de servirle allanarán las dificultades que podrían retardar su ejecución.
He buscado inútilmente un modelo de patentes de corso; debe existir uno en los archivos del Poder Federal; he hecho pedir otro á Puerto Cabello, y lo recibirá V. E. directamente.
Sería inútil hacer un llamamiento para enviarle á V. E. aún algunos de los franceses que hay aquí; sería casi la voz clamando en el desierto. Los que quedan son casi todos viejos, inválidos, ó están en una situación bastante embarazosa para poder determinarse á ello sin gran trabajo y dificultad. Dejemos para más oportuna ocasión el llamamiento que V. E. desearía hacerles; es preciso, á mi entender, obrar sobre seguro, y vuestra dignidad no debe permitiros una duda demasiado arriesgada en un asunto que después de todo no había de producir sino un insignificante resultado; por otra parte los franceses que quedan aquí están constantemente en actividad para el servicio de la plaza, mientras que los mantuanos duermen ó conspiran.
La malevolencia, el descrédito y la intriga han llegado á su colmo; los tribunales parecen secundar estos esfuerzos multiformes y maravillosos; todos, mi general, excepción hecha de un pequeño número, parecen conjurados para destruir la patria que V. E. quiere salvar; pero con la constancia quedarán vencidos sus esfuerzos; es la minoría y no la multitud, la que hace la ley; V. E. salvará á su país.
Reciba V. E., mi general, la seguridad de mi respetuosa fidelidad.
Caracas, 12 de junio de 1812.
L. Delpech.