Colombeia

Este suceso, y los demás en que probaron mi constante fidelidad, e inalterable pureza durante su dominación, dio motivo a que asegurasen los Generales Británicos, al Conde de Ricla, y al expresado Don Alejandro O-Reilly, que aunque me aborrecían no podían dejar de confesar, que era el único a quien habían mirado con mucho respeto en esta Ciudad, y que ningún Soberano de la Europa tenía Ministro mejor, ni más hombre de bien que yo, lo que podría justificar a Vuestra Excelencia en caso necesario, no obstante el rubor que me causa la precisión en que me hallo, de hablar en tales asuntos. Sírvase Vuestra Excelencia reflexionar en vista de lo expuesto, y en el concepto de que si el tiempo lo permitiese acompañaría los más legítimos comprobantes de todo a cuanto ha llegado el arrojo, y licencioso método con que se atreve a sindicarme Peñalber con injurias de tan horrible naturaleza aún en el particular de mis intereses, siendo notorio, e indubitable, que por resultas del servicio del Rey, y de este público, quedaron arruinadas mis haciendas, en tanto grado, que para restituirlas a su antigua dotación, contraje un em-peño tan considerable, que no podré cubrir con los frutos que ha rendido, y rindieren en algunos años. Jamás Excelentísimo he vivido más olvidado de mis propias comodidades, que du-rante la citada dominación, sir reserva de exponer mi vida, la de mi mujer, hijos, y caudal, que todo corrió muy aventurado, y es notoria la compasión con que me miraban aquí, en México, y en Cuba, a vista de haberse trascendido en aquellas partes mi confidencial mane-jo, y la angustia con que viví todo aquel tiempo, para el giro de mis providencias por mar, y tierra, recelando a todas horas, cuando me insultaban los Ingleses.
Este suceso y los demás en que probaron mi constante fidelidad e inalterable pureza durante su dominación, dio motivo a que asegurasen los Generales Británicos, al Conde de Ricla y al expresado Don Alejandro Ô-Reilly, que aunque me aborrecían no podían dejar de confesar, que era el único a quien habían mirado con mucho respeto en esta Ciudad, y que ningún Soberano de la Europa tenía Ministro mejor, ni más hombre de bien que yo, lo que podría justificar a Vuestra Excelencia en caso necesario, no obstante el rubor que me causa la precisión en que me hallo, de hablar en tales asuntos. Sírvase Vuestra Excelencia reflexionar en vista de lo expuesto, y en el concepto de que si el tiempo lo permitiese acompañaría los más legítimos comprobantes de todo a cuanto ha llegado el arrojo, y licencioso método con que se atreve a sindicarme Peñalber con injurias de tan horrible naturaleza aún en el particular de mis intereses, siendo notorio e indubitable, que por resultas del servicio del Rey y de este público, quedaron arruinadas mis haciendas, en tanto grado, que para restituirlas a su antigua dotación, contraje un empeño tan considerable, que no podré cubrir con los frutos que ha rendido y rindieren en algunos años. Jamás, Excelentísimo, he vivido más olvidado de mis propias comodidades, que durante la citada dominación, sin reserva de exponer mi vida, la de mi mujer, hijos y caudal, que todo corrió muy aventurado, y es notoria la compasión con que me miraban aquí, en México, y en Cuba, a vista de haberse trascendido en aquellas partes mi confidencial manejo, y la angustia con que viví todo aquel tiempo, para el giro de mis providencias por mar y tierra, recelando a todas horas, cuando me insultaban los Ingleses.