talla, se lo correspondimos marchando y rechazando.
El sitio a donde nuestra indiscreción nos había conducido (tan favorable a ellos como lo era nuestro corto número, que sólo montaba a la tercera parte del ejército) hizo que padeciésemos una mortandad muy fuerte en poco tiempo; pero siempre avanzando y metiéndonos en dificultades insuperables, de modo que cada vez nos herían y mataban más gente. Sus tiros que se perdían tan poco, como eran inciertos los nuestros, dirigidos a unos hombres ocultos entre zanjas, entre pitas y malezas. Por todos lados nos atacaban, no obstante que ya nosotros estábamos al abrigo de las gentes del segundo desembarco que componían el resto del ejército.
Los que nos condujeron al sacrificio, conocieron aquí su error, y siendo unas cuatro horas las que habíamos pasado en esta mala figura nos retiramos al desembarcadero, y a toda prisa levantamos un trincherón mal ideado, porque no nos libertaba del todo ni del fuego de su cañón, ni del de su fusil.
Viendo el conde O'Reilly que la detención allí era perder todo el ejército, proyectó el