(Reservadísima al generalísimo.)
7 de julio de 1812.
Mi general, y apreciado amigo:
Por más que me había propuesto guardar un perpetuo silencio en todo cuanto perteneciese á la ley marcial y sus defectos, hay males que no pueden prescindirse sin agraviar el patriotismo y ofender lo más esencial de nuestra constitución.
El estado actual de este pueblo es el más melancólico que puede presentarse á los ojos de la humanidad. La mayor parte de sus habitantes, aun los más pudientes gimen bajo el yugo del hambre, y no han faltado pobres, que para esta época hayan perecido de ella.
Sobre las causas generales é inevitables de esta necesidad, dimanadas de la guerra, y de la ocupación de los terrenos que producen toda la carne y la mayor parte de los víveres, concurren accidentes particulares, que mal manejados van á consumar la obra de nuestra desgracia, siendo lo más sensible, que la mayor parte de la población sensata está persuadida de que se procede contra las sabias y prudentes intenciones de Vd.
Es innegable que los pocos pueblos que nos quedan libres, no tienen ya recursos para suministrar alimentos á sus vecinos, y que de aquí dimana como el único resorte, el de agenciarlo de los países extranjeros. Para esta medida se presentan tantos obstáculos, cuantos voy á exponer á Vd. con sinceridad, y con todo el carácter de un hombre que le ama de veras.
El Comercio esta paralizado de un modo que parece difícil restablecerlo, sino varía enteramente el semblante de las disposiciones presentes. Estas son las manos por donde el gobierno adquiere, contrae, y facilita los reglones de que carece; y estas manos protejidas en todas las naciones del mundo, han sido, unas sacadas de sus casa y del medio de sus especulaciones para dirigirlas el ejército y otras confundidas en prisiones las más duras por sólo el simple concepto de su origen y naturaleza. Es decir, mi general, que no hay comerciantes y por consiguiente no hay comercio. Que no habiendo proviciones en el país, y barreras insuperables para traerlas de fuera, perece el pueblo, y lo que es más, perece el ejército que defiende nuestra libertad. Podrá presentarse una situación tan funesta?
La agricultura ya no existe, sino para recordar á esta provincia sus desgracias. Con motivo de la ley general sobre los esclavos, se han desolado las haciendas. Aquellos con la esperanza de su libertad las abandonan y vienen á presentarse al gobierno en donde son admitidos generalmente sin distinción de edades, robustez, ni tamaño. Los propietarios se encuentran en campaña, ó sus mayordomos; y he aquí, mi general, un cuadro doloroso que ofrece á los ojos menos prudentes la dificultad de sostener ni aun el comercio más mesquino por falta de frutos, el descrédito del gobierno por no cumplir sus contratas pendientes, la imposibilidad de emprender otras nuevas, y la consecuente y necesaria dispersión de los buques extranjeros fuera de nuestros puertos, por no poder realizar sus especulaciones bajo ningún aspecto.
Si la prudencia hubiese obrado en las operaciones de los subalternos, no habríamos tocado este término, mi general. Todos han sido golpes fatales y decisivos contra la agricultura y el comercio, y este pueblo digno de las consideraciones de Vd. por ser el único que sostiene la guerra á fuerza de impulsos extraordinarios habría desesperado ya á la violencia de estos males, si no hubiese prácticamente desengañádose de que estas providencias dimanan de las combinaciones inexpertas de los que mandan este país, y no de los sabios cálculos del generalísimo. Así se lo ha hecho ver la prontitud con que han regresado á sus casas los comerciantes que tuvieron la gran fortuna de ser destinados al ejército, y así también lo ha dado á conocer la carta dirigida por Vd. al director de rentas nacionales, en que recomendándole el proyecto de Joves, le encarga estrechamente la runión de todos los habitantes europeos y americanos, y los medios de sacar partido de los primeros, como lo exigen la prudencia, la justicia y las circunstancias.
Nada más laudable que el proyecto de la ley marcial, nada más plausible que las medidas de Vd., pero nada más detestable que el modo con que se está ejecutando. No hay distinción en la conscripción de los esclavos, cuando los viejos enfermos, y muy jóvenes de nada pueden servir en el ejército. Se comprenden comerciantes y hacendados, cuando no puede subsistir un país comerciante y agricultor sin estos brazos. Obran las pasiones particulares, como la justicia misma. Se presenta un teatro de venganzas bajo los auspicios de la ley más importante; y finalmente hasta bajo ciertas intrigas indecentes y bajas, se pretende entrar en el mando de este gobierno por alguno que ha auxiliado la mayor parte de la opresión.
Hablemos por conclusión sin rebozo, mi general. No es asunto para andar con reveses. O este pobre pueblo se acaba después de ser el autor de la libertad, el sostenedor de su independencia, y el que ha derramado su sangre en los campos de Marte; ó es menester que Vd. ponga en su gobierno otras cabezas de más juicio, experiencia y capacidad, que estén impuestos anticipadamente de que no consiste el orden y la obediencia en la destrucción de los pueblos sino en las prudentes medidas de los que mandan.
No me conduce mi interés, porque soy bien tratado de todos, aunque no consultado para nada; me estimula la amistad, la confianza que Vd. me ha dispensado, y su honor que lo miro con más escrupulosidad que el mío, á hacerle estas observaciones. Merezcan ellas el lugar que Vd. quisiere, son hijas de un corazón bien formado, cuya energía por la libertad ha sido pública, y aun escandalosa. Sólo suplico á Vd. Que las medite en su corazón, que si es posible dé un brinco hacia esta ciudad que lo mirará como el Iris de las tempestades que la oprimen. Y en el caso de no ser posible su venida, ni libertarnos del yugo de Ribas, Castillos, Menas, etc., me llame Vd. Al ejército con una compañía de cien hombres, que formé yo mismo hace dos meses y sirve con aceptación, á fin de morir como un republicano y no vivir como un esclavo miserable.
Salud y libertad, mi general, y crea Vd. Que se las desea de veras el que más le ama sin adulaciones ni lisonja y es
P. Paúl.