Paracotos, 8 de mayo de 1812.
Mi general: Quién jamás se hizo indigno de vuestra amistad, nunca perdió el derecho de escribiros amistosamente. La malignidad logró alejarme de vos algún tiempo, pero no ha debido aniquilar las relaciones de afecto que nos unieron algún tiempo. Con ellas cuento al escribiros.
Yo me hallaba distante de la capital cuando recibí la noticia de vuestro regreso de Valencia y del objeto que os conducía. Me dirigí inmediatamente hacia Caracas, deseoso de encontraros para ofrecerme á vuestras órdenes. Llegue después que marchasteis.
General, vos sabéis el afecto que profeso al país en que vi la luz: no debéis dudar del agrado con que le serviría á las inmediatas órdenes del Salvador de Venezuela y del desprecio con que en este caso miraría las injusticias que he experimentado de nuestros injustos gobiernos. Es pues excusado aseguraros mi sentimiento por no haber ido á vuestra inmediación.
Lo habría, sin embargo, hecho luego, pero un acontecimiento fatal me lo estorbó. Se desprendió la noche del 3 una hamaca bastante elevada donde dormía, y sufrí un fuerte golpe que haciéndome arrojar por la boca, me ha estrechado á adoptar cierto método que me preserve de una temprena muerte.
Si me restablezco pronto, como lo espero, marcharé con gran satisfacción al ejército que comandáis.
Mi falta á vuestro lado podrá favorecer las imposturas de los detractores, que me supusieron vuestro desafecto. Impedir esto fue lo que me propuse cuando resolví escribiros las presentes letras que os informen de mí estado. General, es preciso hacer justicia. El que fue vuestro amigo en los campos de Catia, con menosprecio de vuestros enemigos, entonces ufanos por ser tan simples, lo fue siempre. Sólo los hombres malos que se alimentan de la detracción, pudieron asegurar lo contrario. ¡Ojalá los hayáis conocido!
Soy con la más alta consideración vuestro affmo. Servidor y amigo
Q. B. V. M.
Tomás Lander.