Caracas, julio 4 de 1812.
Mi general: Mucho cuidado me causa el reembarque y retorno del enviado del Norte sin cumplir con su misión: son varias las conjeturas sobre esta inesperada resolución: la más natural es que nuestros enemigos internos le habían pintado las cosas de un modo lamentable. El pretexto de temblores es manifiestamente frívolo.
Aquí hemos tenido varias prisiones de europeos, según pienso para asegurar los providencias acordadas, aunque á pretexto del movimiento de Capaya, en donde parece que los catalanes suministran el dinero, y es lo que dicen unos muchachos conocidos míos que se escaparon de allá. Después se reagravaron las prisiones con motivo del suceso de Puerto Cabello que nos ha consternado.
Joseph Félix había decretado la prisión de Galguira, intendente ó director de la casa de Monedas. Por esta razón y porque muchos años ha que conozco á este hombre, cuyo carácter es el más pacífico, incapaz de entrar en ningún proyecto único: y que por otra parte siempre se ha prestado á cuanto le han mandado, me interesé para que se suspendiese por ahora su prisión, y accedió á mi súplica. Además de estar íntimamente persuadido del modo de pensar de Galguira, es mucha la falta que nos hacía, pues se esmera cuanto es posible en la fábrica de la moneda y es de una fidelidad probada.
Delpech me escribió de La Guayra la carta que incluyo para que Vd. Tenga presentes los puntos que propone. Yo me he alegrado mucho de la política resolución sobre los negros, pues además de quitar esta fuerza al enemigo, podían, engrosándose con ellos nuestro ejército hasta un grado que no cause temores, retirarse nuestros labradores á empujar la agricultura que debe servir de cimiento al comercio. Es indispensable, mi general, hacer sembrar la tierra prontamente, pues de otra suerte pereceremos. Es necesario que Vd. Repita, y haga ejecutar la orden que dio para que las haciendas no queden abandonadas sin amo ó mayordomo: esto trae muchas utilidades. Hágala Vd. Publicar por bando y que se imprima ó una instrucción acerca de esto para que nadie la ignore y no puedan abusar los subalternos; además esta providencia le conciliará el amor de los pueblos, pues sin él, Vd. No podrá gobernar pacíficamente.
Aun no hemos tenido un parte del señor Lino y dicen que está metido en Guatire, cuando debió dirigirse por los aires á Capaya antes que aquellos malvados se consoliden, ó cometan mayores crímenes que los despeche. Una partida de cien hombres puesta prontamente en aquellos valles, habría intimidado á los facciosos. Ellos serían pocos al principio, pero cada día se aumentará el número de los comprometidos: y verdaderamente si no se ataja pronto, la desolación de aquellos importantísimos valles es inevitable: allí están las haciendas más poderosas de cacao en tierras fertilísimas de la costa del mar; buenos puertos y por la boca del río Paparo pueden internarse hasta la sabana de Ocumare y valles de Aragua. No es asunto este despreciable: siempre clamé para que se llamase allí nuestra atención: yo sé que si el enemigo pudiese auxiliar á los revoltosos, sería difícil entrar en aquellos valles, cuyos caminos son intransitables y diez hombres pueden impedir la entrada de ciento. Yo habría marchado, pero me pareció conveniente llevar alguna autoridad para obrar en las ocurrencias, si fuese necesario, como escribí á V. Por otra parte ha sido casi continua la lluvia y yo llegué constipado la noche de mi viaje. Muchas cosas, en fin, tenemos entre manos: lo de Puerto Cabello, lo de Capaya, lo del enviado y lo más que Vd. Sabe. Solo el valor, la constancia y la previsión pueden salvarnos.
Siempre suyo:
M. J. Sanz.
P. D.—Acabo de recibir esa carta de Carranza: yo he dicho á todos los que me preguntan que esta providencia no es de Vd., según comprendo, y que este gobierno tendrá sus motivos.