Colombeia

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los Generales Franceses, que no quieren tener manejo alguno de estos fondos, pero que, según su esperanza y el interés que tienen en reforzar con tropas belgas los cuerpos que dirigen, deben merecer justamente la confianza de la Nación Belga. Que los Franceses entran en Bélgica como Aliados y Hermanos, y que así no dudamos que el Pueblo Soberano se apresure en suministrar todo lo que sea necesario a los Ejércitos, como son, carros, ropa, efectos de campamento, víveres, alojamientos, fuego, establecimiento de hospitales y todo lo que se necesite según solicitud de los Generales o Comisarios de Guerra, mediante recibos dados por los mencionados Comisarios de Guerra, para establecer la contabilidad respectiva entre dos naciones libres. Si por desgracia alguna provincia, ciudad, burgo o pueblo está lo suficientemente envilecida por la esclavitud, como para no aceptar con entusiasmo el Árbol de Libertad que los franceses quieren establecer en casa de sus vecinos, después de largas y vanas reclamaciones y de los esfuerzos desafortunados que los Belgas han hecho para conquistar la Libertad; si alguna parte de Bélgica está lo suficientemente embrutecida para no sentir la ventaja y la Majestad de su Soberanía en el momento en que los Franceses emplean sus armas, tan victoriosas como justas, para hacer el don celeste a los Belgas; declaramos que esta provincia, ciudad, burgo o pueblo serán tratados como los viles esclavos de la Casa de Austria, y que los Ejércitos de la República, para vengarse de las atrocidades cometidas por los feroces soldados de estos feroces déspotas, convertirán las ciudades en cenizas e impondrán unas contribuciones de las que se acordarán por mucho tiempo.