Colombeia

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las gentes que nos han hecho bien en este viaje tan tumultuoso. Entre ellas debe pues citarse el capitán Spielman, de Maassluis, para quien Mr. Crauford nos había dado cartas de recomendación. Este virtuoso holandés nos procuró pasaje en un barco prusiano mandado por un cufiado suyo, que iba a Londres por cuenta del mismo Spielman. Como el embargo no se abrió sino para los barcos americanos y nosotros no podíamos detenernos, nuestro ajuste con el capitán prusiano cesaba de hecho y por consiguiente éste debía volvernos el dinero que le habíamos dado por los pasajes que él no podía procurarnos ya. El capitán sin embargo quería retener la mitad, en términos que fue menester poner el asunto a la decisión de árbitros. Nosotros nombramos a su mismo cufiado y él también convino en la misma persona. Yo no sabré describir la emoción que me causó, cuando fuimos a su casa, el ver a este hombre respetable en medio de una familia numerosa y contenta, tomando su té con una calma y una serenidad patriarcales. Entonces él condenó a su cuñado a que nos devolviese nuestro dinero sin deducción alguna. Pero estas virtudes antiguas solo se hallan en Holanda. No fue sin dificultad que conseguimos el pasaje en Hellevoetsluis, por la gran cantidad de pasajeros que se apresuraban a aprovechar de la franquía de los americanos; pero habiendo vencido aquella y héchonos a la vela para dejar el continente, he aquí que la chalupa del Comandante de la Escuadra Holandesa surta en aquel puerto, que nos detiene en medio de la bahía con la orden de llevar a bordo de su navío todos los pasajeros que estaban embarcados. Presentados ante el Comandante, cuyo nombre era Vanduren, y habiéndole manifestado nuestros pasaportes, nos significó que en consecuencia de una orden del Ministro de la Marina no podía permitir la salida de ningún pasajero cuyo pasaporte no estuviese visado por el Ministro de las Relaciones Exteriores de aquella República. Desde luego creí yo que allí era donde nos esperaban nuestros implacables enemigos, pues era visible que no se podía obtener la firma de aquel Ministro si no se obtenía un pasaporte de alguno de los embajadores extranjeros residentes en la Haya; cuya operación nos obligaba a pasos y gestiones en que era fácil el ser descubierto. Sin embargo, por la conversación del señor Vanduren sacamos al fin que la orden en cuestión era antigua, dada sin duda para algún caso particular, de la cual este Comandante sacaba partido para hacer ver su exactitud al mismo tiempo que el peso de su autoridad en el tiempo de su mando, pues no había sino ocho días que era Comandante. En vano le representamos las razones más